Imposible de ver desde dentro

En su adolescencia, Carlos no era muy popular con las chicas. Tampoco es que fuera ningún paria, pero sencillamente su grupo habitual de amigos eran todos varones y tenía pocas ocasiones de intimar con mujeres. Su paso por el instituto fue una época decepcionante y llena de frustraciones.

Andrea, por su parte, aun siendo una chica bastante normal físicamente —delgadita, tirando a baja y con cara aniñada—, siempre llamó la atención de los jóvenes de su clase o incluso de otros cursos. De vez en cuando observaba las miradas incisivas que le dirigían en el aula, por los pasillos o en la hora de educación física, y aunque se esforzaba notablemente por disimular su conocimiento sobre este hecho, lo cierto es que disfrutaba de ser el receptáculo de la atención de sus compañeros. Varios sufrieron el frío rechazo de aquellos labios distantes, pero uno triunfó donde fracasaron los demás: un chico de un curso superior con el que Andrea inició una relación seria. Le encantaba que fuera tan decidido a la hora de actuar y que demostrase siempre tanta cercanía y preocupación por ella.

En los años de universidad, las cosas no mejoraron mucho para Carlos. No había aprendido a hablar con mujeres sin que se le trabaran las palabras en los dientes, y ni siquiera era capaz de relacionar ideas correctamente cuando había una chica en el grupo. No fue hasta el final de su carrera cuando una vecina suya —entrada en carnes y feucha—, se apiadó de él y lo desvirgó. La experiencia fue traumatizante. La falta de intimidad y complicidad con su amante convirtieron su primera vez en un recuerdo que hubiera preferido sepultar en los abismos de su mente, pero que emergía con fuerza renovada cada vez que se masturbaba.

La relación de Andrea con su novio sobrevivió al instituto, pero para entonces ya se había vuelto siniestra y dolorosa. El comienzo de los estudios universitarios los distanció, y lo que al principio suponía una presencia dulce y protectora, se convirtió en una pesadilla de control e ira cuando a su novio le atacaban los celos por los nuevos amigos que Andrea hacía en clase. El terreno sexual se convirtió en un campo de juegos para él donde dominarla y minarle la autoestima, logrando empequeñecer su, otrora, dicharachera personalidad. Gracias al apoyo de varios amigos, consiguió cesar la relación, pero siendo sincera consigo misma, era por uno de ellos, Rafa, por quien realmente se había atrevido a dar el paso. Rafa era amable, sincero y algo inocente, y había supuesto un refugio de risas y de ternura entre tanta violencia y desasosiego. Apenas pasó un par de semanas soltera hasta que comenzaron a salir.

Carlos había conseguido trabajo de lo suyo, y vivía con cierta comodidad. En sus ratos libres le gustaba leer y ver cine, sobre todo comedia, y de vez en cuando quedaba con su grupo de amigos de toda la vida, cada vez más distante. Cuando se sentía solo, acudía a aplicaciones para «charlar con gente», como solía decir él, aunque en realidad solo intentaba hablar con mujeres. Ya llevaba años valiéndose de aplicaciones y chats para hablar con chicas y tontear con ellas, pero por diferentes motivos nunca conseguía concretar una cita, ya fuera porque vivían lejos, porque de pronto dejaron de hablarle o porque resultaron ser hombres. Pero con la libertad que da el tener algo de dinero —y tal vez por ser algo más maduro también— se volvió más sencillo quedar con mujeres. Algunas citas fueron decepcionantes por no acabar en nada, otras terminaron en una tibia amistad que se fue diluyendo con el tiempo, y alguna que otra resultó en un productivo magreo, aunque nunca pasaba de ahí. Hasta que por fin conoció a María, una psicóloga que vivía bastante cerca de él y que le fascinó desde el principio con su cuidado lenguaje y desparpajo. Cuando se acostó con ella sintió que había conocido al amor de su vida.

La relación entre Andrea y Rafa duró dos años. Él siempre se comportó con una corrección intachable: la trataba con cariño y respeto; le hacía regalos a menudo, detalles tontos pero tiernos; en la cama tendía a pedir permiso y a preguntar si todo estaba bien. Se veían casi todos los días, aunque muchas veces él tenía planes y debían posponer los encuentros. Cuadrar las vacaciones se complicaba debido a su extensa vida social. Andrea conoció a un chico en la universidad, Dani, un compañero avispado y locuaz que se hizo su amigo en una decisión casi unilateral. A ella le gustó su arrojo. Le guardó un mes de luto a Rafa.

María se había convertido en una déspota. A los seis meses de relación se fue a vivir con Carlos a su apartamento, y no le costó mucho convencerlo de diversos cambios decorativos como guardar su colección de legos en cajas —y guardarlos en el tétrico sótano del edificio—, pintar las paredes de colores «vibrantes» y «con alma» y traer a sus dos gatos en detrimento del perro de Carlos, Rando, que se tuvo que ir a vivir con sus padres. María se apuntaba a todos los planes sociales de Carlos, censurando las conversaciones de sus amigos cuando carecían de la «perspectiva adecuada» y criticándolos una vez que volvían a casa. En cierta ocasión, uno de sus mejores amigos le habló muy seriamente sobre la influencia maligna que estaba teniendo aquella mujer en su vida, y le instó a que recapacitase. Carlos pasó varios meses distraído y meditabundo, y cuando al fin habló con María, ésta le recriminó que diera crédito a aquellos misóginos que solo lo aceptaban en el grupo para hacer bromas a su costa. Así que Carlos cesó toda relación con ellos.

Andrea estaba encerrada en el baño, llorando. Había vuelto a casa tras una discusión desgarradora con Dani. Algunos compañeros en común, amigos íntimos de él, habían estado intentando ligar con Andrea. Ella no les había dado pábulo, pero por necesidades estudiantiles tampoco los había cortado de raíz. Y personalmente, tampoco consideraba que hubiera un problema en ese aspecto, pero Dani no aceptaba aquella decisión. No era ni mucho menos su primera pelea, tan solo la más reciente de una larga lista de agresiones verbales y psicológicas cada vez más cercanas en el tiempo. Andrea llevaba semanas comiendo poco y durmiendo mal. Su madre se había percatado de su cambio físico, y ella había reaccionado con inusitada violencia, cerrándose en banda a cualquier acto de comunicación con ella. No obstante, aceptó ir a una psicóloga.

Carlos pasaba las noches en vela cuando María se iba de casa temporalmente tras una pseudorruptura. Ya era la tercera vez que lo hacía, y en cada ocasión Carlos sentía un dolor en el pecho, cada vez más intenso. No respondía a sus llamadas y lo tenía bloqueado en WhatsApp. El protocolo habitual era que María dejara breves ventanas de tiempo en las que lo desbloqueaba para que él pudiera humillarse con disculpas exageradas hasta que ella estuviera satisfecha y volviera a casa. Esta última discusión había surgido a raíz de un cotilleo que ella le estaba contando de una de sus amigas. Carlos le insistió un par de veces para que le dijera el nombre de la susodicha, a pesar de que ella había dicho que no podía decirlo, y eso fue suficiente para que le espetara una reprimenda sobre la importancia del espacio y de la comodidad en la relación, tras lo cual se marchó y estuvo dos días enteros sin hablarle.

La psicóloga recomendó a Andrea que fuera alejándose poco a poco de Dani hasta que pudiera dejarlo, y ella así lo hizo. En todo momento, la profesional le dejó bien claro que ella no tenía culpa de nada, que era una situación imposible de ver desde dentro y que la única forma de darse cuenta del maltrato y escapar de la relación era con ayuda externa. Así, Andrea se hizo experta en perfiles de maltratadores e iba informando y aconsejando a sus amigas sobre los diferentes hombres con los que se relacionaban.

Carlos estaba en medio de una de las broncas de María cuando se hartó. Por primera vez en la relación se cansó de los gritos, de los insultos y de los desmerecimientos. No fue un acto improvisado, pues llevaba días, tal vez semanas, ensayando frente al espejo, rumiando argumentos y preparándose para la batalla. En ningún momento la insultó ni la agredió de forma alguna, tan solo expuso los argumentos que tan sistemáticamente había pergeñado. Pero María era inmune a la lógica, y cada razonamiento asertivo recibía su pertinente contestación victimista. Cuando Carlos se cansó de discutir le pidió que se fuera de casa y ahí acabó la relación. Curiosamente, Carlos ya no estaba triste como cuando ella lo abandonaba durante unos días, sino enfadado, iracundo. Notaba lava en las venas cada vez que se acordaba de aquella arpía que había parasitado su mundo durante varios años y que le había robado su esencia y sus ganas de vivir. No podía sentirse más estúpido y miserable por permitir que todo aquello pasase. Lo primero que hizo después fue hablar con sus antiguos amigos y pedirles perdón, porque aunque no pudiese recuperar la complicidad tristemente traicionada, al menos honraría su recuerdo. Después pasó de mujeres un tiempo y se limitó a cuidarse a sí mismo, a llevar hábitos saludables de ejercicio y buena alimentación, y a refugiarse en el estudio, el saber y la cálida compañía de los pocos seres queridos que aún lo podían perdonar.

Tras varios años de relaciones monótonas y olvidables, Andrea encontró por fin a un hombre con el que se sentía compenetrada. Había sido uno de sus profesores, pero nunca tuvieron la oportunidad de intimar demasiado, aunque ella sabía que tenía fama de seductor entre las alumnas, lo que no le desagradaba del todo. Se reencontraron en un ambiente profesional y pronto congeniaron. Las risas y las caricias furtivas se sucedían constantemente. Las sensaciones que le provocaba estar cerca de él resultaban ardientes, electrizantes, mortificantes de una forma que solo alguien que sepa amar de verdad puede comprender. Ella lo definía como una atracción sobrenatural, algo que no podía explicarse con palabras, fruto de pasiones compartidas que actuaban como un lenguaje que solo ellos dos conocían. Cuando tuvieron la confianza suficiente, ella le habló de sus sentimientos en esos términos, y él correspondió a todas esas descripciones y cursilerías saltándose las palabras. Andrea sabía que esa era la única forma válida de responder.

María trató de ponerse en contacto con Carlos por medio de más de una vía, pero él logró evadirla, con evidentes esfuerzos y sufrimientos que, no obstante, no empañaron su victoria personal. Echaba de menos a la que había considerado la mujer de su vida, pero no podía ignorar todo el daño que le había hecho, y aunque nunca pudiera olvidarla del todo al menos evitaría que volviera a tener poder sobre su vida. Paralelamente, su vida sexual y romántica volvió a agitarse en más de una ocasión. Ya no era el pardillo al que se le notaban las ganas de echar un polvo a kilómetros. Ahora dimensionaba las cosas en su justa medida, y sabía que no merecía la pena perseguir una relación a cualquier precio. Varias mujeres intentaron rebajar su confianza en sí mismo, otras intentaron darse por completo a él; pero Carlos sabía que eso no le convenía, y así se lo hizo saber a cada una de ellas. Ahora sabía lo que buscaba y lo que necesitaba.

Los golpes se sucedían uno tras otro, abriendo antiguas heridas y creando otras nuevas. Andrea intentó escapar reptando por el suelo, pero él no le permitió ir muy lejos. La arrastró por los pies, le dio la vuelta y se sentó en sus muslos para seguir castigándola sin piedad. No era la primera vez que le pegaba, pero nunca antes había llegado tan lejos. Andrea sabía que iba a morir, por lo que dejó de luchar. Lo último que puedo pensar y que resonó en su mente hasta el final era cómo podía haber tenido tan mala suerte.